Festival BUE: Gorillaz quemó las naves y desató la tormenta

(Publicado en Spot, Diario Clarín, 17 de diciembre de 2018)

La banda de Damon Albarn saldó su deuda y conquistó al público de Buenos Aires, en una jornada reducida por la lluvia.  Fotos: Fernando de la Orden

A mediados de 2001, la irrupción de Gorillaz le modificó la preadolescencia a la última generación que se educó musicalmente con MTV y Much Music. Esa franja etaria que hoy se define «millennial» encontró refugio catódico en los monitos diabólicos y fumancheros trazados por Jamie Hewlett, ante el desastre que se estaba por venir. Poco después, el zapping también devolvía imágenes del derrumbe de las Torres Gemelas y el infierno en el que se terminaba de convertir la Argentina en aquel diciembre.

My Future Is Coming On («Mi futuro está llegando») hacía cantar Damon Albarn a todos esos jovencitos que, 16 años más tarde y en otro diciembre complicado, formaron un coro multitudinario y total en Tecnópolis, en la noche del sábado 16 de diciembre, repitiendo esa frase de Clint Eastwood. Se estaba saldando una deuda.

Pero no estuvo fácil. Ante el pronóstico de una fuerte tormenta eléctrica que aguaría la noche, la producción del BUE reconfiguró varias veces durante la tarde la grilla. Así, decidieron adelantar el horario de Gorillaz para las 20 (originalmente estaba estipulado para las 23), retrasar el de Major Lazer y mover para atrás o para adelante los shows de las bandas nacionales under (Las Ligas Menores, Los Reyes del Falsete, Perras On The Beach) que estaban programadas en el escenario techado.

Cierta claridad que se asomaba entre los nubarrones iluminaron el momento en que Damon Albarn y los suyos salieron a copar el Heineken Stage, escenario principal y al aire libre. Aunque la gira que los trajo por primera vez al país está basada en Humanz, disco editado este año, las novedades aparecieron recién en el décimo tema de la lista (Saturnz Barz).

Sin embargo, esa humanidad deformada estuvo expresada desde el minuto cero: en vivo, Albarn sale acompañado por una fabulosa orquesta de músicos (Mike Smith en teclados, Jeff Wootton en guitarra, Seye Adelekan en el bajo, Gabriel Wallace y Karl Vanden Bossche en batería y percusión; y Jesse Hackett en teclados) y seis coristas que le ponen carne y hueso a las fantasías animadas de Murdoc, 2-D, Russel y Noodles, aparecidos oportunamente en la gran pantalla al fondo del escenario.

Pero de movida, Gorillaz salió a quemar las naves con la arrasadora M1 A1 (de su primer álbum), con ese dancehall espacial que es Last Living Souls y Rhinestone Eyes, con Albarn distorsionando su voz con un micrófono de megáfono. Para el dub espeso Tomorrow Comes Today, uno de los primeros hits del grupo, tomó la melódica para que todo fuera lo más real posible. El también cantante de Blur se movió como un chamán y supo conquistar una vez más al público porteño: el tipo es especialista a la hora de encantar a una gran audiencia y más allá de lo actitudinal (durante el show, bajó varias veces a sentir el calor del público en el vallado), lo logra principalmente con la música que hay en su cabeza. Puede captar toda la atención con una canción menor y monótona (Punk) pero también sabe cómo poner en órbita a toda una multitud con fábulas agridulces (On Melancholy Hill) y distópicas baladas cósmicas (Hong Kong).

Para las canciones nuevas, Gorillaz contó con parte del seleccionado de hip hop que participó de la grabación del álbum. Vince Staples (que más temprano había estado sobre el mismo escenario presentando su fabuloso y flamante disco Big Fish Theory) puso su flow asesino al servicio de la anfetamínica Ascension. Peven Everett participó de Strobelite (luego también cantó Stylo, de Plastic Beach), mientras que Jamie Principle y Zebra Katz tomaron el protagonismo en la sugestiva Sex Murder Party; en tanto Albarn se dedicó únicamente a su piano eléctrico. Por último, Jehnny Beth se tiró al público después de llevar adelante el clímax de la esperanzadora We Got The Power. Los otros convidados al show fueron los MCs de De La Soul: Posdunos y Dave rapearon en Superfast Jellyfish y Feel Good Inc.

Los relámpagos en el cielo negro marcaron el final del show de Gorillaz y pocos minutos después, mientras se armaba el set para Major Lazer, ocurrió lo que se temía. El viento sopló más fuerte y de a poco se fueron soltando las gotas: la tormenta era un hecho y por los parlantes del escenario principal se invitó al público a que se acercara a la puerta de salida más cercana.

Todas las actividades del Festival quedaron suspendidas y la desconcentración del predio de Tecnópolis fue caótica, mientras el agua ya era imparable. Un largo rato más tarde, con los que estoicamente resistieron el aguacero en el predio, en el estadio techado se reanudaron los shows, con Los Reyes del Falsete, Perras on The Beach y el dúo electrónico francés Acid Arab.

En ese mismo escenario, pero en la previa a Gorillaz, Baxter Dury había demostrado ser un fiel heredero del legado new wave de su padre, Ian Dury. Con un timbre de voz similar, un parecido físico notable pero con un vital cancionero propio, desplegó pura impronta británica acompañado por un trío clásico de guitarra-bajo-batería y dos coristas mujeres vestidas de rojo que también manipularon sintetizadores. Sentado al piano, o bien dedicado enteramente a entonar como un crooner empastado, Dury sacó a bailar al (escaso) público que seguía las versiones de los temas que componen su último disco Prince of Tears (2017). Entre las más destacadas, se escucharon Miami y Oi.