Fito Páez en el Konex: Polaroids del pasado con sonidos en presente

(Publicado en Spot, Diario Clarín, 7 de marzo de 2017)

Luego de que la lluvia lo frustrara dos veces, el músico rosarino completó el doblete en la Ciudad Cultural Konex. Invitó a Juanse, a Mono Fontana y Emme. Fotos: Prensa

“Qué bueno haber podido hacer los dos Konex… ¡nos dejó la puta lluvia!”, festejó con euforia Fito Páez en la coda de A rodar mi vida, justo antes de los bises. Es que esta función se había postergado dos veces debido a sendas tormentas de verano que aguaron los planes del artista y su público, quienes agotaron con mucha anticipación las localidades de este escenario a cielo abierto. Apoyado en una banda sólida que no necesitó de efectos ni artificios y apelando a unas pocas pistas instrumentales (ellos son: Mariano Otero en bajo; Diego Olivero en guitarra; Juan Absatz en teclados y coros; y Gastón Baremberg a la batería), Fito mostró su cara más sencilla, clásica & rockera, acentuada en su uniforme de jean, reinterpretándose a sí mismo, rompiendo cada tanto la métrica de estribillos que ya no caben en una instagram story. Qué pena para los fans: ni lo pueden compartir con sus seguidores ni lo pueden corear a tiempo; sólo les queda escucharlo, disfrutar de ese canto a corazón abierto, impetuoso, escupido con ternura pese a su densidad poética, a la literalidad que maneja.

“Retrospectiva” fue el concepto del show, en el que Fito echó mano a fragmentos de su repertorio, e incluso homenajeando a sus padrinos: comenzó con Loco, no te sobra una moneda (retrato de Charly García sobre los “firestones”, los más acérrimos seguidores del rock de los 70s) e invitó Juan Carlos Fontana para que musicalizara en clave jazzera una deliciosa versión de Ella también, de Spinetta en época Kamikaze (antes, el Mono también había aportado sutiles teclados en Tres agujas). Y al igual que en el último Cosquín Rock, Páez convidó a Juanse a que rockeara sus propias Cowboy y Sigue girando.

Aunque haya cantado eso de estar “al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa”, Fito demostró una vez más que nada de lo que ocurre a su alrededor le es indiferente. Porque podría haber tocado Brillante sobre el mic igual que en cada noche, flasheado por las miles de lucecitas que emite el público, pero cuando llegó a su pico emotivo, buscó en su celular un meme compuesto de una foto y una cita del cubano Italo Calvino y leyó: “Un país que destruye la escuela pública no lo hace nunca por dinero, porque falten recursos o su costo sea excesivo. Un país que desmonta la educación, las artes o las culturas, está ya gobernado por aquellos que solo tienen algo que perder con la difusión del saber”. Ovación seguida de cantos en contra de Mauricio Macri, de los cuáles el artista optó por no arengar: en lugar de eso, devolvió más música.

Con la ductilidad que lo caracteriza para conducir sus propias melodías (a veces complejas y enrevesadas, pero casi siempre recordables y tarareables), Páez pasó de la guitarra eléctrica (Naturaleza sangre, Ciudad de pobres corazones) a los teclados (la darky-luminosa Polaroid de locura ordinaria), o a solamente cantar (El amor después del amor, con Emme en coros), sumergiendo a la multitud en su propia memoria emotiva, haciéndose cargo de ser banda sonora de tantos recuerdos, de tantas lágrimas, de haber puesto las canciones en tu iPod. Es una suerte tener vivo y en Buenos Aires a un artista así, transgeneracional, de calidad, hitero, complejo y, por sobre todas las cosas, popular. Que puede terminar un recital con ternura, reclamando Y dale alegría a mi corazón, pero luego pidiendo que expulses con furia a El diablo de tu corazón, canción fechada en el 2000 pero tan actual que asusta: “Las cosas tienen que estar bien: ya no se puede estar peor”, canta él por todos nosotros. Ojalá.