Guns N’ Roses en River: una celebración con destellos de la gloria del pasado

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(Publicado en Spot, Diario Clarín, 6 de noviembre de 2016)

En su regreso al estadio de Núñez tras 23 años, la banda de «forajidos» renovó su vínculo con los fans locales. Un arsenal de hits imbatibles y un rendimiento eficiente. Fotos: Katarina Benzova

La pantalla con la marca de Telefé en el costado superior derecho devolvía la figura de un correcaminos de pantalón corto y con la cara de Charles Manson estampada en su remera: el líder de unos «forajidos», como fueran definidos por el presidente argentino de aquel momento, encantaba a un mar de cabezas apiñadas contra el escenario, a sus pies. A su lado, un tipo recio de rulos largos, galera y guitarra incendiaria marcaba la tónica y el poder de fuego de la autoproclamada banda más peligrosa del mundo. Asociaciones religiosas, políticos, fuerzas de seguridad, periodistas amarillos y figurones de la tele agitaron para suspender esa presentación, alertando un posible atentado contra la moral y las buenas costumbres. No pudieron.

Probablemente, muchos llegaron con ese recuerdo catódico hasta el estadio de River (misma locación que en la de esas imágenes retro), que por cuestiones generacionales no coincidieron ni en 1992 ni en 1993 con la formación más clásica de los Guns N’ Roses, empujada por el binomio Axl Rose / Slash: tras dos décadas de guerra fría y promesas de no volver a juntarse nunca más, al menos «en esta vida», a principios de este año se reunieron nuevamente bajo el nombre que en todo este tiempo usufructuó el cantante según sus caprichos. Y tras pasar por Perú, Chile, Rosario y antes de seguir viaje por Brasil, Colombia, Costa Rica y México, Buenos Aires apareció en el horizonte con doble función y localidades agotadas.

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Pero de aquella imagen, poco. El outfit de Rose resumió grunge (camisa leñadora atada a la cintura) y country (sombrero cowboy, camperas de cuero) mientras que el paso del tiempo se hizo evidente en su estirado rostro y las fundas encandilantes de su dentadura; en cómo apenas sugiere su serpenteo, que antes era un seductor quiebre de cintura y marca registrada; en su característica voz que se encendió con su falsete rabioso, pero que naufragó y hasta se tornó inaudible al bajar unos tonos. Y aunque el audio no fuera el mejor durante el comienzo del show, de alguna manera todo se volvió fantasía animada, caricatura, algo sugerido ¿inconscientemente? en esa intro con el tema de los Looney Toons.

La nostalgia de un tiempo pasado que habrá sido mejor se impuso en la lista de temas, retocada y apenas aumentada respecto a la de Rosario: tras la “novedad” que supone una como Chinese Democracy, inmediatamente la sucedió Welcome to the Jungle, primer tema de su primer (y mejor) disco. Lo cierto es que casi no hubo contacto físico ni visual entre Axl y Slash, quienes deambularon por sectores opuestos del escenario. La química de otrora fue apenas recreada, en parte gracias a la presencia del bajista original Duff McKagan (peló perfil punk al cantar Attitude, de Misfits) o la sorpresiva aparición de Steven Adler, primer baterista del grupo (en Out Ta Get Me), que en esta gira completan Dizzy Reed (tecladista desde principios de los 90s); el guitarrista rítmico Richard Fortus; el baterista Frank Ferrer; y Melissa Reese, encargada de sintetizadores, pistas y efectos.

Amén de un voluminoso repertorio propio y como parte de la liga de rock universal, clásico y adulto se encargaron de homenajear a sus pares: un fragmento de Voodoo Child (Hendrix) por acá, otro de Layla (Clapton) por allá; sus célebres covers de Live and Let Die (Wings) y Knockin’ On Heaven’s Door (de Bob Dylan, en la que Axl puso a prueba el intacto feedback con el público porteño, cediéndole el mic para el estribillo); un saludo a los Who (The Seeker) y otro a Pink Floyd (Wish You Were Here) en versión instrumental a dos guitarras. Y hasta exhibiendo logos, como el hermafrodita de Prince en el bajo de McKagan o el de Queen, en la camisa de Adler.

Para Slash el tiempo también transcurrió y también le dejó marcas en la piel, como ese tatuaje de silueta femenina en su antebrazo derecho, que avisa su paso por Velvet Revolver. Musicalmente, el show se sostiene en su talento de guitar hero y su carisma parco: mostró parte de su gran colección de guitarras (como la doble mástil para Civil War), le sacó brillo a largos solos virtuosos, experimentó con efectos y pedales (talkbox en Rocket Queen) y le marcó el ritmo a las zapadas, necesarias para que Axl tomara aire.

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El cantante devolvió la pared presentándolo de la manera más lacónica posible que haya de pronunciar las apenas cinco letras que forman el apodo del guitarrista. Y a medida que transcurrió el recital, la performance de Rose mejoró, como si hubiera regulado sus capacidades según las canciones. Entre esos momentos, los hits Sweet Child O Mine, November Rain (que lo tuvo algo disperso, por la simultaneidad de cantar y mirarse las manos para tocar el piano) y Used To Love Her, incorrecta para estos tiempos en que las masivas y necesarias denuncias de violencia de género obligan a revisar hacia atrás.

Y se guardó todo para el finalísimo y triunfal Paradise City, enmarcado por fuegos artificiales rojos y papelitos color Argentina. La faena estaba concluida y los deseos de muchos, habrán quedado cumplidos. Alcanzó con esas fotos que ningún fotógrafo local estuvo autorizado a tomar.