Las Pelotas en Obras: No me acompañes

pelo

(Publicado en El Acople, 25 de noviembre de 2008)

El ex Obras Sanitarias fue testigo del primer show oficial del año en Capital Federal -y sin Sokol- de Las Pelotas. Foto: Fernando Fernández

Si bien había una gran expectativa por ver que pasa con esta reencarnación de Las Pelotas, no se tradujo en convocatoria masiva. Demasiado evidentes eran los claros en el campo, muy silenciosas eran las tímidas arengas y con poca fuerza sonaron los aplausos.

Germán Daffunchio intenta asumir el rol de frontman tras la retirada del carismático aunque díscolo Alejandro Sokol. Esta vez fue posible verle la mirada, ya que dejó sus habituales lentes en camarines. También improvisó unos pasos de baile, aún con la guitarra a cuestas, como siempre. El toque distintivo lo terminaba de dar su vestimenta, especialmente la espalda de su camisa, con un smiley impreso.

Pese al guiño que denotaba felicidad, el repertorio fue más bien agrio, con algunos destellos de bronca. La encargada de abrir grita «hasta los amigos pueden traicionar», desde sus estrofas. Luego vendría esa que interroga donde fueron a parar «los amigos del pasado», con Daniel Fernández como invitado. Sí, el mismo que puso su guitarra al servicio de uno de los pocos temas que Sokol escribió para “Basta”.

Al rato, subiría Roberto Pettinato para unirse a la perfección con el resto de la banda, y todos juntos entregarían el mejor momento pop del año sobre un escenario: «Perdedores hermosos» -canción previamente inédita hasta la aparición de los discos «solistas» de Luca Prodan– y «La brisa». Es inobjetable el poder de las canciones, especialmente cuando son bien interpretadas. Estas dos fueron el caso y no así cuando las que solía entonar Alejandro, ahora retumban en la garganta de Germán. Faltaba eso.

Arriba y abajo reinaba la tibieza. Sin pena y con un poquitín de gloria, “Transparente”, “Que estés sonriendo”, “Peces”, “La clave” -aunque, obvio, sin la bendita pregunta aullada, infundiendo miedo- y “Cuando podrás amar” por lo menos le dieron un mimo al oído. Era necesario.

Con las luces del estadio encendidas y la banda definitivamente instalada en sus camarines, la muchedumbre habló por primera vez en la noche: «Vamo’, vamo’, vamo’ las peló», era el grito de guerra. ¿Por qué esperaron hasta el final, con el escenario vacío, para encenderse realmente? Es posible que los fanáticos no se identifiquen con esta versión depurada de Las Pelotas. ¿Lograrán recuperar eso que apenas les costó un par de canciones?